D.
Rodrigo de Mendoza, Marqués del Zenete, mandó edificar el Castillo de
la Calahorra para defender sus tierras de los moros que él mismo
hubo derrotado.
Un día, algunos moros armaron jarana y tuvo el buen señor
que ir a apaciguarlos. Mandó a sus tropas y les dio una paliza en los llanos
del Marquesado, trayendo prisioneros a seis de los principales. Uno de ellos,
el más joven y guapo, era el cabecilla del motín, Ismail. Los mandó encerrar en
una de las mazmorras en el torreón del Pozo de la Pólvora, en la más horrorosa
de todas y en la que aún hoy, se dice, permanece la cuerda del último
ajusticiado.
La señora de don Rodrigo, tenía quince damas para su persona
y sus ropas. La más querida y guapa de ellas se llamaba Violante de Castro y
tenía 16 años.
La señora castellana bajó un día con sus damas a la mazmorra a ver a los prisioneros, y sucedió que doña Violante, al instante mismo que vio a Ismail, se enamoró de súbito de él; al igual que el joven morisco también lo hizo de ella. La dama volvió con su señora, pensativa y triste, y él quedó lleno de pena por su ausencia, pues había llenado su corazón y ocupado su alma.
Doña Violante compró al guardián e intercambiaba cartas con su amado, comprometiéndose a ser el uno del otro. Así continuaron las cosas hasta que ni ella podía vivir ni reparar sin él, ni él sin ella; y convinieron en escaparse a pesar de que no había modo de llegar a la mutua posesión de sus personas, pues en aquel entonces, el matrimonio entre moro y cristiana no era cosa que se hacía sencillamente.
Doña Violante lo preparó todo, reunió sus alhajas y una noche desapareció del castillo junto a Ismail y al guardián de la mazmorra, descolgándose por la barbacana del mismo. El resto de prisioneros, al verse sin guardia, intentaron también escapar, pero fueron descubiertos por los soldados. Don Rodrigo dio orden de buscar a los fugados y al cabo de tres días regresaron trayendo presos a los dos hombres y a la dama, que tuvo el valor de decir a sus señores que fue ella la artífice de todo, por su amor hacia el moro, y que al carcelero había comprado.
A la mañana siguiente aparecieron los dos ahorcados y doña Violante fue encerrada en una habitación bajo el Patio de las Damas. Al cabo de los años, la dama perdió el juicio y murió. Desde entonces, hay quien cuenta que, de cuando en cuando, puede oírse su lastimosa voz en el Patio de las Damas, pidiendo justicia.
La señora castellana bajó un día con sus damas a la mazmorra a ver a los prisioneros, y sucedió que doña Violante, al instante mismo que vio a Ismail, se enamoró de súbito de él; al igual que el joven morisco también lo hizo de ella. La dama volvió con su señora, pensativa y triste, y él quedó lleno de pena por su ausencia, pues había llenado su corazón y ocupado su alma.
Doña Violante compró al guardián e intercambiaba cartas con su amado, comprometiéndose a ser el uno del otro. Así continuaron las cosas hasta que ni ella podía vivir ni reparar sin él, ni él sin ella; y convinieron en escaparse a pesar de que no había modo de llegar a la mutua posesión de sus personas, pues en aquel entonces, el matrimonio entre moro y cristiana no era cosa que se hacía sencillamente.
Doña Violante lo preparó todo, reunió sus alhajas y una noche desapareció del castillo junto a Ismail y al guardián de la mazmorra, descolgándose por la barbacana del mismo. El resto de prisioneros, al verse sin guardia, intentaron también escapar, pero fueron descubiertos por los soldados. Don Rodrigo dio orden de buscar a los fugados y al cabo de tres días regresaron trayendo presos a los dos hombres y a la dama, que tuvo el valor de decir a sus señores que fue ella la artífice de todo, por su amor hacia el moro, y que al carcelero había comprado.
A la mañana siguiente aparecieron los dos ahorcados y doña Violante fue encerrada en una habitación bajo el Patio de las Damas. Al cabo de los años, la dama perdió el juicio y murió. Desde entonces, hay quien cuenta que, de cuando en cuando, puede oírse su lastimosa voz en el Patio de las Damas, pidiendo justicia.
Redactado y enviado por Marta Machado,
a quien se lo contaba su abuela Maravillas.
a quien se lo contaba su abuela Maravillas.