Existe una laguna en las alturas
de Sierra Nevada, la de Lacares, a la que los pastores no se acercan porque se
dice encantada. Cuenta la leyenda que, siglos ha, en época musulmana, se erigía
un lujoso palacio con su hermoso jardín en el lugar en el que hoy encontramos
el paraje natural. Tan insólita ubicación se debía a la voluntad del Rey nazarí
de esconder a su hija Cobayda; un grupo de sabios habían predicho, en el
momento de su nacimiento, que la joven moriría al conocer el amor por primera
vez, por lo que su padre, en un desesperado intento por sortear el trágico
destino, había querido alejarla de cualquier posible tentación. La niña vivía
con la princesa la discreta Kadiga –la misma de los Cuentos de la Alhambra-
que, junto con otras esclavas, se encargaba de velar por su seguridad.
Con el paso de los años, creció
hasta convertirse en una hermosa mujer. No conocía más mundo que el de aquellas
paredes y aquella espesa arboleda que ocultaba la residencia, ni había tratado
con más personas que el grupo de mujeres que con ella habitaban. El Rey, que
había construido un pasaje subterráneo secreto, acudía al lugar de vez en
cuando y se pasaba las horas contemplando a Cobayda a escondidas.
Paseaba un día la princesa por
los interminables jardines del palacio, cuando avistó a un apuesto e imponente
caballero, que andaba perdido por los senderos de la montaña y no encontraba el
camino de vuelta a la ciudad. Ella, que no había visto una figura masculina
hasta ese momento, sintió que algo se removía en su interior; un sentimiento
correspondido por el joven, que en seguida quedó prendado de la belleza de la
princesa. Desde ese día, y ayudados por la despreocupación de Kadiga y sus
esclavas, los dos enamorados se encontraban secretamente cada noche en las
frondosas alamedas del jardín.
El repentino cambio de humor de
Cobayda, que había sido una chiquilla de carácter melancólico toda su vida,
despertó las sospechas de Kadiga, que se vieron confirmadas cuando descubrió a
la pareja en una de sus clandestinas reuniones. El Rey, al enterarse de lo que
pasaba, montó en cólera y acudió al palacio para comprobar por sí mismo que la
historia era cierta. Cuando sorprendió al caballero susurrando palabras de amor
al oído de su hija, ciego de ira se abalanzó sobre los amantes desenvainando su
espada. La cabeza del joven rodó por el suelo, y se cuenta que hoy en día puede
reconocerse en una de las piedras negruzcas que rodean la laguna. La princesa,
aterrorizada por la sangrienta escena, quedó convertida en hielo, y tal fue su
amargura que sus lágrimas inundaron la zona formando la actual laguna y dejando
sumergidos el palacio y sus jardines. El Rey, por su parte, al darse cuenta de
lo que había hecho, intentó huir pero no pudo... se había transformado en una
enorme roca junto al agua que aún puede apreciarse en el paraje. Cuentan los
pocos que han osado visitar el lugar que, en las noches de fuerte tormenta,
pueden oírse los gemidos del Rey, que aún se lamenta de dolor...
Liliana Campos Pallarés
Intérprete del Patrimonio
Imagen: www.nevasport.com