domingo, 19 de abril de 2015

Leyendas de la Alpujarra (I): El jardín de la princesa Cobayda


Existe una laguna en las alturas de Sierra Nevada, la de Lacares, a la que los pastores no se acercan porque se dice encantada. Cuenta la leyenda que, siglos ha, en época musulmana, se erigía un lujoso palacio con su hermoso jardín en el lugar en el que hoy encontramos el paraje natural. Tan insólita ubicación se debía a la voluntad del Rey nazarí de esconder a su hija Cobayda; un grupo de sabios habían predicho, en el momento de su nacimiento, que la joven moriría al conocer el amor por primera vez, por lo que su padre, en un desesperado intento por sortear el trágico destino, había querido alejarla de cualquier posible tentación. La niña vivía con la princesa la discreta Kadiga –la misma de los Cuentos de la Alhambra- que, junto con otras esclavas, se encargaba de velar por su seguridad.

Con el paso de los años, creció hasta convertirse en una hermosa mujer. No conocía más mundo que el de aquellas paredes y aquella espesa arboleda que ocultaba la residencia, ni había tratado con más personas que el grupo de mujeres que con ella habitaban. El Rey, que había construido un pasaje subterráneo secreto, acudía al lugar de vez en cuando y se pasaba las horas contemplando a Cobayda a escondidas.

Paseaba un día la princesa por los interminables jardines del palacio, cuando avistó a un apuesto e imponente caballero, que andaba perdido por los senderos de la montaña y no encontraba el camino de vuelta a la ciudad. Ella, que no había visto una figura masculina hasta ese momento, sintió que algo se removía en su interior; un sentimiento correspondido por el joven, que en seguida quedó prendado de la belleza de la princesa. Desde ese día, y ayudados por la despreocupación de Kadiga y sus esclavas, los dos enamorados se encontraban secretamente cada noche en las frondosas alamedas del jardín.

El repentino cambio de humor de Cobayda, que había sido una chiquilla de carácter melancólico toda su vida, despertó las sospechas de Kadiga, que se vieron confirmadas cuando descubrió a la pareja en una de sus clandestinas reuniones. El Rey, al enterarse de lo que pasaba, montó en cólera y acudió al palacio para comprobar por sí mismo que la historia era cierta. Cuando sorprendió al caballero susurrando palabras de amor al oído de su hija, ciego de ira se abalanzó sobre los amantes desenvainando su espada. La cabeza del joven rodó por el suelo, y se cuenta que hoy en día puede reconocerse en una de las piedras negruzcas que rodean la laguna. La princesa, aterrorizada por la sangrienta escena, quedó convertida en hielo, y tal fue su amargura que sus lágrimas inundaron la zona formando la actual laguna y dejando sumergidos el palacio y sus jardines. El Rey, por su parte, al darse cuenta de lo que había hecho, intentó huir pero no pudo... se había transformado en una enorme roca junto al agua que aún puede apreciarse en el paraje. Cuentan los pocos que han osado visitar el lugar que, en las noches de fuerte tormenta, pueden oírse los gemidos del Rey, que aún se lamenta de dolor...

Liliana Campos Pallarés
Intérprete del Patrimonio

Imagen: www.nevasport.com
 

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