domingo, 17 de julio de 2016

El mito del mes: Julio



Con Julio comienza la serie de meses que reciben su nombre de acuerdo a la posición que ocupan en el calendario romano. Este mes era el quinto, por lo que al principio se le nombró como Quintilis. Fue Marco Antonio, un cónsul del siglo I a.C., quien le cambió el nombre en honor de Julio César, que en ese momento poseía el título de dictator perpetuo, puesto que éste había nacido en este mes.

Una de las fiestas que se celebran durante este mes es la Neptunalia, el 23 de julio, en honor de Neptuno, dios de las aguas. En esta fiesta tiene lugar el sacrificio de un cabrito, para que las fuentes mantuviesen el agua durante “la estación atroz de la canícula encendida” (Horacio, Oda 3.13). También en honor de Neptuno se plantaban árboles durante estas fiestas. Por desgracia, poco más nos dicen los autores de esta fiesta.

Es en el calendario griego donde en este mes, el Hecatombeon, se celebraba una de las fiestas más importantes en honor a Atenea: las Panateneas, que conmemoraba la victoria de la diosa sobre los Gigantes que se sublevaron contra el reinado de Zeus, su padre.

Las fiestas comenzaban con una procesión que recorría los lugares más importantes de la ciudad: el Cerámico, el Ágora hasta subir a la Acrópolis por los Propileos y rodearla, de modo que la procesión terminara en lado este del templo, frente al altar de la diosa. Probablemente sean los mismos frisos del Partenón la mejor fuente que en la actualidad haya para ilustrar quiénes participaban (ciudadanos jóvenes y adultos e hijas de ciudadanos, metecos y sus hijos, incluso extranjeros aliados) y qué llevaban en esta procesión (cestas con ofrendas para la diosa y jarras de agua, animales para el sacrificio). El objetivo era revestir a la estatua de la diosa con su nuevo peplo, tejido por las muchachas escogidas de entre las familias más importantes. En el peplo estaban bordadas las luchas de Atenea contra los Gigantes.

           Tras la procesión y el revestimento de la estatua, se procedía al sacrificio de los animales y la repartición de su carne en el Cerámico entre los miembros de los demos en proporción a los miembros que habían enviado a la procesión.

            El espíritu alegre y festivo que habría puede ayudarnos a imaginarlo este fragmento de Baquílides (frag. 4), en ocasión de otra fiesta: 

          "Sobre artísticos altares en honor de los dioses se quemen con rubia llama muslos de bueyes y de ovejas de buena lana, y que los jóvenes se ocupen de los ejercicios atléticos, de las flautas y de los cortejos (….) De amables banquetes se colman las calles, e himnos en honor de niños se alzan como llamas" (Traducción de Fernando García Romero)

Dámaris Romero
Profesora de Filología Clásica

jueves, 7 de julio de 2016

El signo del mes: cáncer

Para hablar de la catasterización (transformación en estrella) de Cáncer es necesaria la presencia de un héroe, Heracles, y un monstruo, la hidra de Lerna.

Uno de los doce trabajos de Heracles consistía en matar a la hidra de Lerna, monstruo criado por Hera, esposa de Zeus, para matar al héroe, al que odiaba por ser éste hijo de una de las amadas por el dios. Suele ser representada como una serpiente de varias cabezas –oscilan según los autores entre seis y cien-, de las cuales una es inmortal. El resto de ellas eran mortales y su número se doblaba cuando eran cortadas. Para vencerla, Heracles necesitó la ayuda de su sobrino Iolao, quien quemaba el “cuello” de cada cabeza cortada –para que ésta no se reprodujese- con tizones de árboles quemados de un bosque cercano previamente incendiado. La cabeza inmortal fue cortada y enterrada, y sobre ella el héroe griego colocó una gran piedra.

Hera envió una ayuda extra a la hidra en forma de cangrejo, crustáceo que vivía en el pantano de Lerna. Éste picó a Heracles en el talón y el héroe, enfurecido, lo aplastó.

Cárcino –o el cangrejo- fue catasterizado por Hera por la ayuda prestada en la lucha y por su sacrificio.

Sin embargo, la constelación de Cáncer queda incompleta si no se recoge la historia de los Burros. Varios son los mitos que se relatan sobre ellos.

Uno de ellos (Higinio, Astronómica 2.23) remite de nuevo a Heracles, cuando Hera lo volvió loco. El héroe se dirigía al oráculo de Hera en Dodona para preguntar a la diosa cómo recobraría su perdida salud mental, cuando un pantano le impidió seguir su camino. De repente, dos burros se le aparecieron y uno de ellos le sirvió como medio para cruzar el pantano sin que sus pies tocaran el agua. Finalmente, llegó al templo de Hera y por ello, los burros fueron colocados entre las estrellas.

La segunda versión la trasmite Eratóstenes (Catasterismos, 11) de la siguiente manera: “Se dice que, cuando los dioses salieron en campaña contra los Gigantes, Dioniso, Hefesto y los Sátiros marchaban a lomos de burros. Cuando los Gigantes no habían sido vistos aún por ellos, aunque ya se hallaban cerca, los burros rebuznaron y los Gigantes, al oír el ruido, se dieron a la fuga. Por ello se les concedió el honor de figurar en el Cangrejo, hacia la parte de poniente”.

Eratóstenes, de nuevo, nos describe la posición de las estrellas en el Cangrejo así:
“El Cangrejo tiene, sobre su caparazón, dos estrellas brillantes: éstos son los Burros; la nebulosa que se ve allí es el Pesebre: parece que se hallan de pie a su lado. En cada pata del lado derecho tiene una estrella de brillo escaso; en las de la izquierda, en la primera hay dos de brillo escaso, en la siguiente <dos> y en la tercera <una>. De igual manera, en el extremo de la cuarta hay <una>, en su boca <una> y, en la piza derecha, tres; en la pinza izquierda tiene <dos> similares, <no> grandes: en total, dieciocho” (traducción de José B. Torres Guerra).

Dámaris Romero
Profesora de Filología Clásica