lunes, 1 de agosto de 2016

El signo del mes: Leo


Poco lugar a la imaginación deja este signo zodiacal: leo es la palabra latina para “león” y el león más conocido de la mitología griega es el de Nemea, matado por Heracles (Hércules).

Heracles, para purificarse por haber matado a sus hijos y a sus sobrinos en un ataque de locura enviado por Hera, debe realizar doce trabajos. El primero es la muerte del león de Nemea, animal que tenía atemorizados a los habitantes de allí.

La facilidad del trabajo es solo aparente, pues el león tenía una piel tan gruesa que lo hacía invulnerable al ataque de cualquier tipo de armas (lanzas, flechas…). Para poder vencerlo después de múltiples ataques fallidos, Heracles lo asfixia con sus brazos y, aconsejado por Atenea, corta la piel del león con las garras de éste.
A diferencia de otros signos, el león de Nemea no fue convertido en estrella por la ayuda prestada sino que, según Eratóstenes (Catasterismos, 12), “recibió honores de Zeus por ser el rey de los cuadrúpedos” o como conmemoración de esta primera hazaña de Heracles.
Como es usual, Eratóstenes nos describe la posición de las estrellas Leo así:

“Tiene tres estrellas en la cabeza, una en el pecho, dos bajo el pecho, una brillante en la pata derecha, una en medio del vientre, una bajo el vientre, una en la cadera, una en la rodilla trasera, una brillante en el extremo de la pata, dos en el cuello, tres en el lomo, una en medio de la cola, una brillante en su punta, <una en el vientre>. Diecinueve en total. Se ven también siete sin brillo encima de él, en triángulo y a la altura de la cola, llamadas Cabellera de Berenice Evergétide” (traducción de Manuel Sanz Morales).
Dámaris Romero 
Profesora de Filología Clásica de la UCO

domingo, 17 de julio de 2016

El mito del mes: Julio



Con Julio comienza la serie de meses que reciben su nombre de acuerdo a la posición que ocupan en el calendario romano. Este mes era el quinto, por lo que al principio se le nombró como Quintilis. Fue Marco Antonio, un cónsul del siglo I a.C., quien le cambió el nombre en honor de Julio César, que en ese momento poseía el título de dictator perpetuo, puesto que éste había nacido en este mes.

Una de las fiestas que se celebran durante este mes es la Neptunalia, el 23 de julio, en honor de Neptuno, dios de las aguas. En esta fiesta tiene lugar el sacrificio de un cabrito, para que las fuentes mantuviesen el agua durante “la estación atroz de la canícula encendida” (Horacio, Oda 3.13). También en honor de Neptuno se plantaban árboles durante estas fiestas. Por desgracia, poco más nos dicen los autores de esta fiesta.

Es en el calendario griego donde en este mes, el Hecatombeon, se celebraba una de las fiestas más importantes en honor a Atenea: las Panateneas, que conmemoraba la victoria de la diosa sobre los Gigantes que se sublevaron contra el reinado de Zeus, su padre.

Las fiestas comenzaban con una procesión que recorría los lugares más importantes de la ciudad: el Cerámico, el Ágora hasta subir a la Acrópolis por los Propileos y rodearla, de modo que la procesión terminara en lado este del templo, frente al altar de la diosa. Probablemente sean los mismos frisos del Partenón la mejor fuente que en la actualidad haya para ilustrar quiénes participaban (ciudadanos jóvenes y adultos e hijas de ciudadanos, metecos y sus hijos, incluso extranjeros aliados) y qué llevaban en esta procesión (cestas con ofrendas para la diosa y jarras de agua, animales para el sacrificio). El objetivo era revestir a la estatua de la diosa con su nuevo peplo, tejido por las muchachas escogidas de entre las familias más importantes. En el peplo estaban bordadas las luchas de Atenea contra los Gigantes.

           Tras la procesión y el revestimento de la estatua, se procedía al sacrificio de los animales y la repartición de su carne en el Cerámico entre los miembros de los demos en proporción a los miembros que habían enviado a la procesión.

            El espíritu alegre y festivo que habría puede ayudarnos a imaginarlo este fragmento de Baquílides (frag. 4), en ocasión de otra fiesta: 

          "Sobre artísticos altares en honor de los dioses se quemen con rubia llama muslos de bueyes y de ovejas de buena lana, y que los jóvenes se ocupen de los ejercicios atléticos, de las flautas y de los cortejos (….) De amables banquetes se colman las calles, e himnos en honor de niños se alzan como llamas" (Traducción de Fernando García Romero)

Dámaris Romero
Profesora de Filología Clásica

jueves, 7 de julio de 2016

El signo del mes: cáncer

Para hablar de la catasterización (transformación en estrella) de Cáncer es necesaria la presencia de un héroe, Heracles, y un monstruo, la hidra de Lerna.

Uno de los doce trabajos de Heracles consistía en matar a la hidra de Lerna, monstruo criado por Hera, esposa de Zeus, para matar al héroe, al que odiaba por ser éste hijo de una de las amadas por el dios. Suele ser representada como una serpiente de varias cabezas –oscilan según los autores entre seis y cien-, de las cuales una es inmortal. El resto de ellas eran mortales y su número se doblaba cuando eran cortadas. Para vencerla, Heracles necesitó la ayuda de su sobrino Iolao, quien quemaba el “cuello” de cada cabeza cortada –para que ésta no se reprodujese- con tizones de árboles quemados de un bosque cercano previamente incendiado. La cabeza inmortal fue cortada y enterrada, y sobre ella el héroe griego colocó una gran piedra.

Hera envió una ayuda extra a la hidra en forma de cangrejo, crustáceo que vivía en el pantano de Lerna. Éste picó a Heracles en el talón y el héroe, enfurecido, lo aplastó.

Cárcino –o el cangrejo- fue catasterizado por Hera por la ayuda prestada en la lucha y por su sacrificio.

Sin embargo, la constelación de Cáncer queda incompleta si no se recoge la historia de los Burros. Varios son los mitos que se relatan sobre ellos.

Uno de ellos (Higinio, Astronómica 2.23) remite de nuevo a Heracles, cuando Hera lo volvió loco. El héroe se dirigía al oráculo de Hera en Dodona para preguntar a la diosa cómo recobraría su perdida salud mental, cuando un pantano le impidió seguir su camino. De repente, dos burros se le aparecieron y uno de ellos le sirvió como medio para cruzar el pantano sin que sus pies tocaran el agua. Finalmente, llegó al templo de Hera y por ello, los burros fueron colocados entre las estrellas.

La segunda versión la trasmite Eratóstenes (Catasterismos, 11) de la siguiente manera: “Se dice que, cuando los dioses salieron en campaña contra los Gigantes, Dioniso, Hefesto y los Sátiros marchaban a lomos de burros. Cuando los Gigantes no habían sido vistos aún por ellos, aunque ya se hallaban cerca, los burros rebuznaron y los Gigantes, al oír el ruido, se dieron a la fuga. Por ello se les concedió el honor de figurar en el Cangrejo, hacia la parte de poniente”.

Eratóstenes, de nuevo, nos describe la posición de las estrellas en el Cangrejo así:
“El Cangrejo tiene, sobre su caparazón, dos estrellas brillantes: éstos son los Burros; la nebulosa que se ve allí es el Pesebre: parece que se hallan de pie a su lado. En cada pata del lado derecho tiene una estrella de brillo escaso; en las de la izquierda, en la primera hay dos de brillo escaso, en la siguiente <dos> y en la tercera <una>. De igual manera, en el extremo de la cuarta hay <una>, en su boca <una> y, en la piza derecha, tres; en la pinza izquierda tiene <dos> similares, <no> grandes: en total, dieciocho” (traducción de José B. Torres Guerra).

Dámaris Romero
Profesora de Filología Clásica

sábado, 11 de junio de 2016

Historias del Romanticismo (I): El soldado encantado


Cuenta la leyenda que pulula por las calles de Granada un soldado cristiano encantado, presa de un hechizo que arrojó sobre él un alfaquí que lo hizo prisionero... 

Pero en realidad, esta historia empieza en Salamanca allá por el siglo XVIII. Vicente, un joven y alegre estudiante que vivía en la ciudad castellana, y se pagaba los estudios cantando y tocando la guitarra en la tuna universitaria, decidió viajar a Granada un verano, con la intención de conocer nuevas gentes y divertirse en un lugar diferente. Un día antes de partir hacia el sur, pasó junto a una cruz de piedra delante del seminario de San Cipriano, y quiso dedicarle una plegaria al santo para que lo protegiera durante el viaje. Al pie de la cruz, vio un objeto que relucía y, curioso, lo recogió del suelo: resultó ser un anillo con el emblema del rey Salomón; considerándolo un obsequio del santo, lo recogió y se lo puso en el dedo.

Vicente llegó a la ciudad andaluza en las vísperas del verano. Una calurosa tarde, cuando se encontraba cantando junto a una fuente, vio pasar a una joven de gran belleza que iba acompañada de un sacerdote. Tratando de captar su atención, le cantó e intentó entablar conversación con la chica, recibiendo como respuesta tan sólo tímidas y fugaces miradas. Más tarde supo que el religioso, conocido por su afición a la comida, era uno de los clérigos más influyentes de la ciudad, y que la chica que caminaba junto a él era su sobrina, con la que vivía.

Durante los días siguientes, Vicente se dedicó a merodear por el domicilio de la pareja, con la esperanza de volver a ver a la joven, de la que se había enamorado. Poco a poco, el tuno logró ganarse la confianza del sacerdote, y de vez en cuando charlaban amistosamente durante un rato.

Así discurrió el mes de junio. Llegó la noche de San Juan, y Vicente salió a disfrutar del crepitar de las hogueras y el jolgorio popular. Al pasar junto al río Darro, se topó con un hombre de extrañas vestimentas que se le quedó mirando fijamente; nadie parecía reparar en la presencia del misterioso personaje salvo él.

Con cierto temor, se acercó al individuo y, tímidamente, le preguntó si podía hacer algo por él. La respuesta que recibió lo dejó completamente perplejo: se presentó como un soldado de la guardia de los Reyes Católicos, que, en una incursión musulmana tras la toma de Granada, cayó prisionero de un alfaquí, que le condenó a custodiar hasta su regreso el tesoro que Boabdil había escondido antes de irse de la ciudad. Pero su captor nunca regresó, y el soldado quedó atrapado en la torre en la que se guardaban los valiosos bienes. El encantamiento que había caído sobre él tan sólo le permitía salir de su cárcel una vez cada cien años, en el día de la víspera del día de San Juan, para continuar su guardia en el puente del río Darro durante tres días. Durante esas 72 horas, el soldado tendría la oportunidad de encontrar a alguien que pudiera deshacer el hechizo. Vicente había sido la primera persona con la que había logrado hablar, tras los dos intentos anteriores fallidos.

El militar pidió entonces al muchacho que lo acompañara hasta el sitio donde custodiaba el tesoro, y le señaló el cofre que guardaba las riquezas, prometiéndole compartir con él la mitad si le ayudaba con su cometido. Necesitarían a un hombre verdaderamente santo que, tras haber ayunado durante 24 horas, fuera capaz de romper el encantamiento; éste debía de ir acompañado de una doncella que tocara el cofre con el sello de Salomón para poder abrirlo.

Vicente se acordó de la particular pareja que había conocido semanas atrás. Inmediatamente, corrió al domicilio del sacerdote y le contó la historia; sorprendentemente, éste dio crédito a sus palabras y, atraído por los exóticos tesoros que le estarían esperando, accedió al desencantamiento, pese a que la idea de pasar todo un día sin probar los manjares que su sobrina le preparaba no le resultaba agradable.

A la noche siguiente, los tres acudieron al lugar donde se encontraba el soldado. El cura, bastante debilitado por la falta de comida, practicó el exorcismo. Llegó después el turno de la muchacha, que con el sello que le había entregado Vicente abrió el cofre, dejando al descubierto infinidad de joyas y objetos preciosos. El tuno y el sacerdote, extasiados ante la visión, comenzaron a llenarse los bolsillos, pero el soldado los interrumpió y les pidió que continuaran vaciando el cofre fuera de la torre.

Todos salieron del lugar excepto el clérigo, que sin poder controlar el ansia, empezó a devorar allí mismo los alimentos que le había preparado su sobrina, y que había llevado consigo para saciar su apetito apenas tuviera oportunidad. 

Más le hubiera valido esperar un poco más... al dar rienda suelta a sus impulsos dentro del lugar encantado, el cofre se volvió a cerrar herméticamente y regresó a su lugar original; acto seguido, el escondite se desvaneció junto con el soldado sin dejar rastro. El cura, la joven y el tuno se vieron de repente fuera de la torre, sin entender muy bien lo que acababa de ocurrir. 

No obstante, no puede decirse que a Vicente no le acompañara la suerte, pues se cuenta en Granada que las monedas que había conseguido guardar en sus bolsillos le bastaron para vivir cómodamente el resto de su vida, y que acabó casándose con la doncella.

También hay quienes aseguran que han visto al soldado encantado haciendo guardia alrededor de una de las torres de la fortaleza de la Alhambra, siendo sólo visible para los portadores de un sello de Salomón...

Liliana Campos Pallarés

domingo, 29 de mayo de 2016

El signo del mes: Géminis

Conocida también como Gemelos, tras esta constelación se esconde, probablemente, la historia más emotiva entre dos hermanos míticos, Cástor y Pólux, los llamados Dioscuros.

Leda estaba casada con Tindáreo de Esparta, pero su belleza encandiló a Zeus. Para unirse a ella, se transformó en cisne y, en esa forma, tuvo relaciones con Leda, quien, esa misma noche, también las tuvo con su marido. El fruto de esas uniones fueron dos gemelos, pero con naturalezas diferentes, pues Pólux era inmortal, como hijo de Zeus, y Cástor mortal, como hijo de Tindáreo. 

Otras versiones del mito los hacen nacer con sus hermanas, Helena y Clitemnestra. Así, Pólux formaría pareja con Helena y Cástor con Clitemnestra. Los cuatro, a su vez, nacerían de dos huevos –lo que remite a la unión de su madre con Zeus-cisne.
  
Ambos gemelos crecieron y, como escribe Eratóstenes (Catasterismos 10), “aventajaron a todos en amor fraterno, pues no se pelearon ni por mandar ni por otro motivo, sino que lo hacían todo a la vez y juntos”. Un día, luchando contra sus primos Linceo e Idas en Esparta, Cástor recibió un ataque de Idas y murió, mientras Pólux fue herido por Linceo, al que mató. Zeus fulminó a Idas y arrebató al Olimpo a Pólux, quien no quiso ir sin su hermano y suplicó a Zeus que le concediese compartir la inmortalidad con Cástor. El Olímpico, entonces, accedió y permitió que ambos estuvieran en el mismo lugar pero en días alternos, o durante medio año, según Píndaro y Homero. Así, mientras Pólux estaba en el Olimpo, Cástor lo estaba en el Hades y viceversa.

No obstante, para recompensar el amor que se profesaban entre ellos, Zeus les dio el nombre de Gemelos y los insertó entre los astros en un mismo lugar.

Eratóstenes nos describe la posición de las estrellas en Géminis de la siguiente manera:
“El que se halla sobre el Cangrejo tiene sobre la cabeza <una brillante; en cada hombro, una brillante; en el codo derecho, una; en la mano derecha, una>; en cada rodilla, una; <en cada pie: en total, nueve>. El que está a su lado tiene, sobre la cabeza, una brillante; en el hombro izquierdo, una brillante; en cada tetilla, una; en el codo izquierdo, una; en la punta de la mano, una; en la rodilla izquierda, una; en cada pie, una; bajo el pie izquierdo, una que recibe el nombre de Antepié: <en total, diez>” (traducción de José B. Torres Guerra).

Dámaris Romero
Profesora de Filología Clásica de la UCO

domingo, 22 de mayo de 2016

Las carocas del Corpus


"¿Recordáis? En Granada todo ocurre en el Corpus", decía Luis Rosales en La casa encendida. Y no le faltaba razón, pues en nuestra ciudad pasan muchas cosas durante su festividad principal.

El Corpus Christi se celebra en Granada desde la llegada de los Reyes Católicos, cuando el culto a la Eucaristía cobró especial importancia como manera de asentar la cristiandad tras la Conquista. Los distintos ornatos y arquitecturas efímeras que decoraban las calles de la ciudad servían como instrumento didáctico a la vez que intentaban recobrar los lazos cristianos tras siete siglos de presencia del Islam, estableciéndose así desde un principio como la fiesta de los granadinos.

La celebración del Corpus quedó fuertemente arraigada en las costumbres de los locales desde su implantación, llegando a alcanzar su máximo esplendor durante el Barroco. Pero, como suele ocurrir, con el paso de los siglos fueron surgiendo prácticas asociadas a la celebración que poco tenían que ver con su sentido religioso. Lo comprobamos cada mes de junio en nuestras calles: tarascas, gigantes, cabezudos, diablillos... y carocas.

Y es que una de esas cosas que “ocurren" en Granada durante el Corpus son las famosas carocas. Todos nos hemos paseado alguna vez durante esos días por la Plaza Bib-Rambla y hemos reído con alguna de las quintillas expuestas. Los granadinos sabemos que las carocas que cuelgan en la plaza son un perfecto resumen (en clave satírica) de los principales acontecimientos que han tenido lugar en la ciudad en el último año.

Pero, ¿sabemos cuál es el origen de esta curiosa tradición?

Tenemos que remontarnos al siglo XVII, cuando decidió adornarse la Plaza Bib-Rambla con motivo de la festividad eucarística. En época barroca, este espacio funcionaba como Plaza Mayor de la ciudad, un auténtico escenario urbano en el que se desarrollaban todo tipo de fiestas y espectáculos públicos, a modo de teatro al aire libre. Durante los días del Corpus, la plaza se decoraba con altares, cornucopias, espejos y lienzos pintados, que se creen los antecesores directos de nuestras carocas. En su origen estos cuadros contenían retratos de personajes ilustres de la ciudad, pero con el transcurrir de los años la temática fue cambiando, y las efigies dieron paso a escenas religiosas, que eran acompañadas de octavas reales que explicaban el significado de los cuadros.

Esta asociación entre imagen y texto es posiblemente el germen de la tradición actual. El paso del tiempo daría lugar a la aparición de temas paganos e históricos, y finalmente, la sátira, que irrumpiría a mediados del siglo XIX. Durante la centuria siguiente se produciría la definitiva evolución de estas imágenes con el paso a la temática libre y a la fórmula de quintilla, estrofa compuesta por cinco versos de rima consonante.

Las actuales carocas son composiciones pícaras, a las que no les falta en ocasiones un toque de humor negro, que ilustran a modo de crónica la vida de la ciudad durante el último año. El Ayuntamiento organiza para la ocasión un concurso al que llegan a presentarse hasta 200 quintillas, de las cuales se seleccionan las 20 que se expondrán al público. De las finalistas, una es escogida como la mejor del año.

Las estrofas que hacen las delicias de los granadinos son de todo tipo. Algunas visionarias, como ésta de 1959:

"En tamañas proporciones
se está la vega achicando
con las nuevas construcciones
que acabaremos sembrando
las papas en los balcones."

Otras muy jocosas como la ganadora del concurso de 2011:

"Tras bajar Michelle Obama
del Sacromonte florido
dijo la dama:
¿Tan seco está mi marido
que aquí lo llaman mojama?"

Y tampoco faltan las más domésticas:

"Rabia mi parienta tanto
que no se calla ni un rato
y yo que soy quien la aguanto
sin Fray Leopoldo es beato
merezco que me hagan santo."


¡Feliz Corpus!

Liliana Campos Pallarés
Intérprete del Patrimonio